Somnoliento, andando hacia un lugar tan neutro y funcional como es el aeropuerto -ya lo decía Sabina: «Solo, como un poeta en el aeropuerto». En eso que te giras a la derecha y despiertas de golpe, paras en seco, porque estás viendo un paisaje increíble. ¡Foto! Pero no llevas una cámara encima. Era una de esas fotos que encabezan el calendario en alguno de los meses de invierno. Habré pasado muchas veces por ese lugar, pero no con esa luz, esos colores y esa composición. Eran las nueve y media de la mañana del 21 de Diciembre, quedaban dos horas para que entrara oficialmente el invierno. El cielo completamente encapotado por nubes lo suficientemente altas para no cubrir las cimas prepirenaicas, y suficientemente blancas como para dejar pasar la luz, abundante y convenientemente difusa.
Me encontraba en un puente sobre la ría. En primer término, el agua, y unas viejísimas barcas de madera, con el aspecto de un jubilado que se resguarda en un lugar tranquilo. La pintura tan descarchada que apenas tenían color, sólo la textura de la madera vieja. El agua, oscura, grisácea, no destacaba. Las barcas, en el encuadre, estaba abajo a la derecha, ocupando un espacio claramente protagonista pero sin abusar. Miraban hacia mí, con la tranquilidad de unas vacas pastando. A una altura media del plano, y de lado a lado, el aspecto más industrial de la frontera, las grandes grandes grúas y las vías abandonadas, al fondo; la pista incipiente del aueropuerto, más cerca. Todo muy gris, sin apenas nada llamativo a la vista. Los montes de la zona francesa sin embargo, con los preciosos tonos marrones poco saturados del otoño, impecablemente iluminados, dominaban la parte alta del plano, recortados contra las nubes llenas de brillo. Las cimas de Peñas de Aya a la derecha, y en el centro, Larrún, emergiendo al fondo, reivindicando su liderazgo en altura y aportando un modesto color verde que parece haber resistido al Otoño.
A nivel estético parecía que hubiera estado buscando durante horas esa imagen. Absolutamente todos los colores de la imagen estaban tan desaturados y en consonancia unos con otros, que me sentí como si tuviera un filtro de Photoshop en tiempo real. El equilibrio de los objetos parecía estar preparado, como si fuera una maqueta. A nivel conceptual, era casi una parodia que buscase mostrar los tópicos de la zona: la pesca, la industria, los montes, las fronteras. Pero había algo que salvaba el tópico, una especie de humildad que llenaba la imagen: la sobriedad de los colores, el estado destartalado de los materiales, los roles compartidos, la imagen de una industria en decadencia desde el fin de las aduanas.
Contemplé la imagen unos segundos y seguí mi camino. Primero al trabajo y después a disfrutar de la tradición de Santo Tomás, porque el tópico de la imagen era también el mío. No sé si puedo hablar del encuadre de una foto que no se ha hecho. Vivimos en un tiempo que es difícil no tener una cámara decente a mano, para captar estos momentos y parece que si no la tienes, si no plasmas el recuerdo, lo has perdido. Puede ser así, pero si hubiera tenido una cámara en la mano, habría estado tan ocupado buscando captar todo lo que estaba viendo, quizá con resultados decepcionantes, que no hubiera prestado la debida atención en esos segundos que estuve absorto simplemente mirando. Eso sí, ahora os mostraría la foto.